lunes, 26 de agosto de 2013

GENDARMES DE NUESTRO HEDONISMO 

  Era noche de frío y niebla. De esas que avecinan tragedias por acontecer, sin necesidad de que ocurran en el lugar donde confluyen esas condiciones. Sin embargo en este caso sí coincidían éstas y aquellas.
  Bastaba con extender los brazos y tantear con las manos para sentir de forma precisa, como lo haría un ciego en su rutina de retratista, el estupor del miedo, la soledad de la muerte, el sollozo del vencido y el júbilo del victorioso.

  Hacía ya casi medio año desde que comenzara el asedio a la ciudadela y los bravos asaltantes, en pro de una divinidad arbitraria e inequívoca, no cesaban en su sacro empeño por doblegar al enemigo, en otro intento de hacer justicia en el nombre de Dios y devolver a sus adeptos los privilegios geográficos que tiempo atrás se adjudicaron por obra del Señor.
  Esa noche al fin se consagró la victoria y no importaba demasiado que la empresa hubiera sido harto sangrienta. De hecho esto no hacía sino agravar la excitación del personal, que reafirmaba su voluntad, pese al coste, de recuperar los territorios sagrados que habían quedado en manos paganas y debían ser legítimamente castrados de mentiras y fabuladores. 
  Las cruzadas devolvían identidad a unos y riquezas a otros.

  Esta es quizá solo una de tantas paradojas morales que se han dado a lo largo y ancho de nuestra no corta historia. Sin embargo, a mi juicio, es probablemente de las más reveladoras de cuanto tiene de abominable y ruin nuestra existencia. Con qué facilidad aplastamos aquello que un día aceptamos, después ensalzamos e incluso hicimos de ello bandera nuestra.
  ¿Es entonces posible que se puedan repetir hechos que, con el tiempo, parecían haber quedado lapidados por la censura de la razón más universal?. Sin dudarlo. Uno echa la vista a su alrededor y percibe el esperpento de sensaciones que provocan la avaricia, la ambición y la ignorancia de la misericordia.

  ...¿Y qué has tenido, tienes y tendrás tú de templario en tu labor?... 

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