martes, 24 de septiembre de 2013

    EL PEQUEÑO YONA Y EL BOSQUE DE QUÉ HARÍAS SI...

PARTE 1

  Érase otra vez un bosque animado, dotado de algo más que plantas y árboles que crecen y mueren para dar paso a otras generaciones, de algo más que animales que se comen esas plantas y esos árboles y animales que se comen a esos animales, de algo más que luz y noche y sabores agridulces de primaveras y otoños, de algo más que un simple y racional ritmo biológico que apresura los acontecimientos, de algo más que humus en el suelo y copas en lo alto; en definitiva…de algo más.
  Más cerca, desde luego, del bosque descrito por Wenceslao e interpretado por Cuerda, con certera ironía, que de un bosque normal en el que todos podríamos pensar. Pero ni aun así la comparación sería en nada correcta.
   No se consiguió nunca testimonio alguno de alguien que hubiera estado en él que no fuera cercano a la locura o, cuanto menos, a la incongruencia. Pero… algo debían ver aquellos viajantes aventureros que se adentraban en su espeso follaje pregonando bienaventuranzas y descubrimientos y salían largo tiempo después, a veces lustros, confundidos y exhaustos por una experiencia que en nada se parecía a lo que encontrar pretendían en su hazaña.
  Pues bien, a pocos metros de una de las lindes de ese bosque mágico jugaba a ser explorador Yona, un chiquillo bondadoso, solitario, soñador, tenaz, algo travieso, gurriato en comparación con sus amiguetes y muy listo. Vivía con sus padres y hermanos mayores en una modesta granja a poca distancia y tarde tras tarde no faltaba a su cita de ocio en la cabaña que su padre le había construido al otro lado de la labranza del cortijo, muy cerca del bosque, apenas a cien pasos. Allí jugaba a ser buscador de tesoros arqueológicos, cosas que leía en sus libros de aventuras e historia.
  Y no sería por falta de dictados de sus padres que un día decide Yona desobedecer las restricciones de estos y se dispone a adentrarse en aquel mar de hojas y troncos. Tesio y Lerma habían sido implacables respecto a eso. - Jamás debes acercarte al bosque Yona, jamás - le habían repetido en numerosas ocasiones. Pero su testarudez unida a su inquietud vivaracha le hizo quebrantar esas exigencias y pasar a la acción. ¿Serían ciertas todas esas historias y fábulas que contaban sus compañeros de escuela sobre aquel lugar?. Él siempre recelaba de éstas y aquellas y más cuando preguntaba al cronista si había estado allí alguna vez y nunca obtenía un sí por respuesta. Siempre era un - no, pero mi tío Joel dijo que… -, o si no un - no, pero mi abuelo me contó que… -.
  No eran más que unos alcahuetes e ignorantes para Yona. Y era momento de comprobar en primera persona tal fuente de chismorreos. Además, encontrara lo que encontrara, el simple hecho de la prohibición era un dulce demasiado apetitoso para el muchacho y el notable cosquilleo que presentaba su estómago cuando estaba a punto de cometer el delito bien valía el par de azotes de su padre esa noche si se enteraba de lo ocurrido.

  Apenas había penetrado en el lugar, braceando en los primeros pasos para franquear la maleza y el cúmulo de ramas que parecían escudar la entrada, se posó sobre su hombro derecho un tierno pajarito tras revolotear unos instantes indeciso alrededor de su cabeza. Se parecía a un periquito que años atrás habían tenido en su casa. Era lucido, esbelto, con un plumaje precioso y aterciopelado al tacto, con tonos amarillos y naranjas mezclados con verdes y violetas en una composición casi perfecta. Se diría que no hacía extraño al chico porque lo cierto es que irradiaba una confianza y una tranquilidad desconcertantes reposando en su cuerpo mientras Yona andaba evaluando el terreno.
   De repente escuchó una voz muy aguda, quizá alterada por algún artilugio pero desde luego imposible de articular por las cuerdas vocales de cualquier persona que conocía. Lo más parecido que había oído era la voz de una ópera que escuchaba algunas veces su padre en su retiro diario en el sótano de casa. Al parecer le habían cortado sus partes más íntimas a ese pobre desdichado y por eso cantaba así. A Yona eso le parecía un poco raro pero lo decía su padre y todo cuanto él decía le merecía, al menos, un respeto. Volteo su cabeza tratando de orientar sus pabellones hacia el sonido pero siempre venía del mismo lugar, incidiendo directamente en su oreja derecha como un percutor. Le hacía vibrar hasta el último cilio de su cóclea y le provocaba instantáneas cefaleas repentinas. Sin duda era bastante desagradable. Trató de pasar por alto lo incómodo del soniquete y se centró en comprender lo que escuchaba. Parecía claro, esa voz decía: - ¡Oye, oye, que estoy aquí! -. - ¿Dónde, dónde estás? - preguntó el niño. Y tras repetirse mutuamente esas palabras ambas voces, Yona se dio cuenta de que era el dulce pajarillo quien estaba hablando. No daba crédito. ¿Cómo era posible que ese ave hablara?. Estaba soñando. Sí, seguía en su cama plácidamente dormido y no tardaría mamá en cachetearle el trasero para despertarlo. O al menos era mejor pensar eso que asimilar lo del pájaro parlanchín. Pero aquel bribón seguía de palique. ¿Cómo era posible que hablara un puñetero periquito?. ¿Y cómo era posible que tuviera una voz tan desagradable?. Le estaba amartillando el tímpano sin piedad.

- Eh, eh, que sí, que soy yo quien te habla.
- Bueno está bien, acepto que esté hablando siendo un periquito a pesar de todo cuanto aprendí en la escuela. Pero, por favor, podría usted hablar un poco más bajito - dijo Yona.
- Es que parecía que no me escuchabas. Y no soy Periquito, me llamo Pito - dijo el entrañable alado.
- ¡Hombre!, muy apropiado, si me lo permite.
- ¿Por qué?
- No, nada. ¿Pero qué pasa que en lugar de piar usted habla?. ¿Cómo ha aprendido? - preguntó Yona.
- No sé, supongo que escuchando a mis padres - contestó Pito -. Fue fácil. Y, por favor, te pido que me tutees.
- ¡Cómo!, ¿es que tus padres hablan también?. ¡No puede ser!. Solo los loros y pájaros así pueden hablar.
- Jajaja, de eso nada. Aquí habla todo el mundo. También los árboles - replicó el ave chistoso -. Por cierto, no me has dicho tu nombre…
- ¡Los árboles! - interrumpió el niño -. Jajaja. Solo eres un pajarito chiflado. Cuando encontremos a tu dueño se va a cabrear por haberte escapado. Seguro que le costó mucho esfuerzo enseñarte a hablar así, así de … claro - dijo sarcástico.
- ¿Qué dueño?...
- Haremos la prueba. Si eres capaz de decir algo más de lo que te hayan enseñado a base de pan duro y pipas de girasol me podrás contestar a esta pregunta: ¿de qué color es la resina que hay dentro de este árbol? - preguntó Yona dejando de caminar y tocando el tronco más cercano.
- Y…¿por qué quieres saber eso?. Creo que amarilla, o marrón, o algo así. Pero te lo podrá decir mejor Paquito.
- Pero…¡Está razonando!. Ahora si que estoy soñando. Y…¿quién es Paquito? - espetó Yona incrédulo.
- ¿Paquito?. Es un pájaro carpintero que vive en aquel árbol tan grande de allí. Y no estás soñando. ¿Acaso es tan raro que hable?, si quieres no digo nada de ahora en adelante.
- Hombre…no, tampoco quería…
- Bueno entonces sigo - interrumpió Pito -. ¿Me dices de una vez tu nombre?. ¿Y por qué has venido?, hacía mucho tiempo que no veíamos a humanos por aquí.
- Me llamo Yona - contestó más tranquilo pasado el pequeño trance -, y he venido…a dar un paseo. Estaba jugando un poco más allá y decidí entrar en el bosque para seguir jugando, o buscar juguet…
- ¡Mira!, ahí está Paquito. ¿Lo has visto?.
- Sí, lo he visto. Se ha metido en aquel agujero del árbol.
- Claro, irá a echarse la siesta.
- ¿Cómo la siesta?, es que también os echáis la siesta eh - Yona no daba crédito.
- Algunos. Los más dormilones. A mí me gusta más jugar con mis primos y hermanos, pero hoy no están. A esta hora el bosque está tranquilo y es el mejor momento para llevar a cabo algunas travesuras, jejeje. Sí…jejeje. La semana pasada hicimos una buena. El señor Nójet estuvo a punto de arrancarnos las plumas a mordiscos. Si nos llega a atrapar… - comentaba Pito -. Esos tejones son muy cascarrabias, no soportan que les gastes una broma. Siempre están de mal humor, lo cual nos encanta, jejeje. Sí, es verdad que nos pasamos un poco con él. Pero lo único que queremos es jugar un rato y nunca hacemos daño a nadie. Bueno… casi nunca claro, jejeje, porque hace unos días dejamos demasiado tiempo colgado de una rama al pequeño Orroz, atando su cola, y al pobre se le subió la sangre a la cabeza. Bueno más bien se le bajó, jajajajajajaj. ¿Has oído?, se le bajó…jajaja. Su padre quería hacerse un rico puré con nuestros cuerpecitos. Y nuestros padres nos tuvieron dos días sin salir del nido. Menudo aburrimiento… -.

  Aquel periquito no paraba de hablar. Parecía una cotorra, como decía su padre de la abuela Nancy. Yona siguió caminando adentrándose en el bosque mientras Pito no paraba de taladrarle la oreja con historias de unos y otros habitantes del bosque.

- … y cuando hace mucho frío se concentran al otro lado del camino, bajo el resguardo de las rocas, familias enteras buscando cobijo para sobrellevar el temporal. Otros en cambio aprovechan la ocasión para divertirse un poco. Si, jejeje… menudas guerras de bolazos nos echábamos con la nieve. La pobre Amalop siempre acaba…
- ¿Es que no te vas a callar nunca?. Ya me has despertado, un día más. Conseguirás que te sellen el pico si sigues así - interrumpió otro pajarito pardo que apareció de la nada entre la hojarasca del suelo dando graciosos saltitos  que no   cuadraban   con     su    mal genio. 

 Yona se fijó bien y afirmó en su cabeza que era una codorniz, como las que rara vez traía a casa el abuelo cuando salía a montear con sus compinches. Una vez trajo una cría viva y él la cuidó durante varias semanas. Consiguió que sobreviviera, pero un día apareció abierta la puerta del cobertizo que le había preparado y su amiguito ya no estaba. Su abuelo le contó una historia muy rara para justificarlo. Le dio mucha pena, pero recuerda que se le pasó el berrinche con la rica comida que su madre le preparó ese día: arroz con pollo … mmm. Le encantaba, y esa vez el pollo sabía especialmente rico. Mamá le dijo que era un pollo especial. 

- Siempre encuentras una excusa para dar la tabarra - continuó el nuevo invitado -. A ver qué mosca te ha picado ahora. ¿Quién es éste? - preguntó el malhumorado galliforme al tiempo que levantaba patoso el vuelo y conseguía a duras penas llegar al hombro izquierdo del chico para posarse, abofeteando repetidas veces la mejilla de Yona con sus largas alas.
- Me llamo Yona. ¿Y usted cómo se llama? - preguntó él alucinando porque también hablara este pájaro.
- Señor Zinrodoc para ti, joven pazguato. ¿Qué se te ha perdido en este bosque?. ¿A caso necesitas llenar la cazuela para la cena?. Y claro… me has visto jugosón, ¡verdad!. No llenaríais el buche de toda la familia con este enclenque famélico y has pensado llevarme a mi ¡eh! - divagó Zinrodoc, señalando con sus puntiagudas alas al pequeño periquito, cada vez más airado -. ¿Es eso verdad?. Es eso…
- Pero ¿qué cena, qué cazuela, …? - interrumpió Yona -. Lo único que hacía era caminar. Y entonces Pito se puso a hablarme y luego ha aparecido usted. Además, si quisiera llevarle a la cazuela ¿cree que estaría aguantando como me clava sus garritas en el hombro?. Me lo está haciendo polvo. Ustedes vuelan y yo tengo que llevarlos encima. Así que por lo menos podría ser un poco más amable - increpó el chico derrochando personalidad -. Y le voy a decir más. Que yo sepa ni los periquitos ni las codornices viven en los bosques así que yo puedo estar aquí lo mismo que ustedes, creo…
- ¡Miren! - gritó Pito haciendo retumbar de nuevo el cerebro de Yona -. Es el viejo Añarasum. ¡Está herido!.

  Los dos pajaritos volaron rápido hacia el pequeño animal que estaba recostado en la base de un árbol a poca distancia. Y Yona fue también a ver qué pasaba.

  El roedor estaba gimiendo y suspirando como lo haría un anciano moribundo. A Yona le recordaba a la abuela Telma pocos días antes de que falleciera.
  ... continuará.

lunes, 9 de septiembre de 2013

A GRANDES MALES…

2
  Se desliza por el tragaluz. Aparece desde arriba, ligero como una pluma, ágil como un felino. Levanta la mirada y allí está el rostro angelical que ha venido a buscar. Lo que ocurre a partir de entonces solo es digno de mención en informes de medicina forense.
  A la mañana siguiente la madre descubre la terrible fechoría. No hay tiempo para lamentos. La imagen es tal que queda sumida súbitamente en un estado catatónico. Ahora su alma vaga sin rumbo entre tinieblas y rumores.

3
  Solo le hace falta tomar una copa. Los hechos hablan por sí solos y hay algo en su interior que produce una agraz sensación de alerta. Atrás quedaron sentimientos de culpa y otros deslices de debilidad, pero esto es distinto. Quizá se esté librando en él la infinita batalla entre lo animal y lo racional, lo inmoral y lo cotidiano que, como en un pasatiempo, limita su existencia a la audacia del jugador.
  Cuál es el próximo acto, se pregunta. Claro que hay dudas, pero lo único que sabe con certeza es que tenía sed de sangre. Y después de lo ocurrido no pudo sino satisfacer esa necesidad.

1
  Haciendo repaso del plan diseñado unas seis horas atrás en su apartamento con ayuda de un papel tintado por una de las caras, un lapicero con pocas garantías de seguir ejerciendo y una botella de bourbon; el siguiente paso se hacía esperar. Sentía el brillo del amolado acero que sujetaba en la mano diestra, como si guiárale hacia su destino agudizando sus destellos y espejismos de dolor al acercarse el trance. 
  Una brizna de sosiego irrumpe en su lapidada conciencia. La imagen de su mujer rogándole clemencia y perdón desde lo más profundo de su corazón, desde alguna realidad secante a ésta. Pero pronto su mente esquiva con desdén esa lámina y comienza a esbozar la siguiente, aquella que retrata el rostro desfigurado y cubierto de sangre de su amada, tras haber sido violentada y abusada en su matriz. Nada podrá borrar ya esa instantánea de su alma y ahora es momento de pasar a la acción. 
  Qué mejor forma de desquite que arrebatar a alguien su más preciada gema, su máxima premisa de haber hecho algo que de verdad mereciera la pena en su existencia, su fuente de lamentos y delicias, su fruto conyugal, su hija; y dejarlo arrastrar por cielos impuros por el resto de los días. 
  Nada devolvería a su razón el sustento perdido, pero quemábale por dentro el eco del delito y ansiaba ahogar en sangre el dolor sufrido.

4
  De la misma forma, sencilla y tajante, que libró el debate entre la vida y muerte de aquella infanta, ahora hizo lo propio con el verdugo, resolviendo sus dudas de lo acontecido.


  Falsa codicia

Manto celeste que describes tus líneas al azar
azul de mis sentidos y blanco de piedad.
¿Qué tratas de decirme 
en tus sacudidas y danzas airadas?.
Entre el insomnio y el cortejo
produces risa en mis desvelos.

Si no supiera que almas perdidas
reflejan tus destellos
pensaría que eres un ente virgen,
una musa esclava mía.

Hazme saber al menos
en esta tarde apacible
pasada la espesa lluvia
cuáles secretos son causa,
a tenor de las acciones,
de la belleza conocida. 
                                         
                                                

jueves, 5 de septiembre de 2013

Un encuentro fugaz, hermoso,
cercano a lo divino.
A lo extraño ajeno,
quizá lo más dulce que he vivido.

Te empeñaste en hacerme sonreír 
y no me queda más que llorar,
que no he encontrado consuelo
tras dejarte marchar.

No sé si será en ésta
u otra vida cuando por fin,
sea o no casual,
se fundan entre mis dedos
tu ternura y suavidad.

Qué hastío el mío
cuando espío tu bondad,
pensar que algún alma enferma
de apenarte fuera capaz.

No sanará esa herida
nunca de tu corazón
y es lo que más cuesta aceptar,
mas seguro que podrás dar
lo que quede de él, y es mucho,
a un nuevo amanecer
y hacerle, como a mí,
disfrutar y sonreír.

A la espera quedo del reencuentro,
de una nueva oportunidad.
Tenue y débil es el grafito
con el que intento expresar
aquello que sentí
y es en ti en quien confío.

Calmo ronroneo,
afable caminar,
tierno en tus intentos 
de ahormar mi voluntad.

Manso en tu desvelo,
cortés en tu maullar,
nada borrará
tu encanto en mi pensar.

Un encuentro fugaz, hermoso,
cercano a lo divino.
A lo extraño ajeno

por designio natural.


miércoles, 4 de septiembre de 2013


AMARGA DESPEDIDA

  No era capaz ni de llevar un bocado del plato a su boca sin ayuda de un auxiliar. La atención que precisaba era absoluta desde hacía cuatro años. En apariencia física, sin discapacidad alguna. En salud médica, el más mínimo atisbo de enfermedad o extrañeza de las funciones vitales. En salud psicológica, la cosa no era tan sencilla. El especialista psiquiatra en neurociencia que lo había tratado no creía en un daño irreversible de las funciones cerebrales del paciente, sin embargo no había conseguido muchos logros en su tratamiento y el paso de los años, unido al creciente ingreso de nuevos pacientes y al decreciente número de personal cualificado y de recursos para gestionar el hospital, hacía poco esperanzador cualquier pensamiento de recuperación o al menos de mejora.
  Simplemente se había convertido en un vegetal a nivel cerebral, que no físico, incapaz de percibir conscientemente su entorno para interactuar con él. Nada parecía perturbar su estado de letargo neuronal, salvo una cosa. Un momento concreto, un espacio de tiempo muy determinado que día tras día provocaba en él un sobresalto en su rutina moribunda, sacándolo momentáneamente de ese estado de indiferencia permanente que mantenía. Era una hora exacta, las 17 : 35 de la tarde. 
  
  No era casual, a esa hora recibió, hacía casi cinco años, una llamada que trastocaría por completo su más profunda identidad y todo cuanto había construido durante mucho tiempo con el sustento del esfuerzo y la razón como verdugos de los caprichos del destino y, por supuesto,  de cualquier influencia o entidad externas como pudieran ser fantasmas o presencias de otra vida.

  Era verano. Un verano realmente sofocante. Parecía que el sol anduviera hastiado por algo y se dedicase a torturar con su proceso nuclear desde que aparecía por un horizonte hasta que desaparecía por el opuesto.
  Acababa de llegar de trabajar y empezaba a desabrocharse la camisa al tiempo que marcaba el número de su mujer en el teléfono. No contestaba, por tercera vez desde hacía lo menos seis horas, así que colgó y terminó de desvestirse. No era tan raro que no lo cogiera, pues se encontraba en el monte, haciendo senderismo, y pensó que se habría dejado el móvil en el coche. Un posible despiste que había generado en él una cierta inquietud al principio para dar paso a una considerable preocupación después.

  Llevaba casi una hora dándole vueltas al tema, generando en su cabeza distintas posibilidades. Su mujer era muy aficionada al montañismo y a la naturaleza en general y, gracias al tiempo libre que le permitía su profesión, acostumbraba a escaparse al monte con frecuencia. Sin embargo nunca había estado tanto tiempo sin informar de su posición y de los detalles del camino escogido en su ruta. 
  Antes de que pudiera acabar una de las suposiciones que su imaginación andaba creando para su consuelo sonó el teléfono y se apresuró a cogerlo y responder.

 - Diga… 
 - ¿Hola, qué tal estás?, ¿estás bien? - se apreciaba la voz de su mujer.
 - Eso mismo me pregunto yo de ti, que llevo llamándote todo el día y no lo coges - increpaba él con tono de preocupación más que de enfado -. Me tenías preocupado.
 - Bueno pues si estás bien me quedo tranquila - replicaba la voz al otro lado, con cierta indiferencia inquietante -. Yo también estoy bien, muy bien, de verdad. He tenido algunos dolores pero ya estoy bien. Tú estate tranquilo.
 - ¿Cómo que algunos dolores, qué ha pasado?.
 - Estoy bien, de verdad.
 - Pero… ¿qué ha pasado?. Y… ¿por qué hablas así?. ¿Estás en el coche de vuelta?, te oigo muy raro - interrogaba con sobrado mosqueo él.
 - Yo estoy bien. Quiero que tú estés también bien, siempre, por mí.

   Y se cortó la llamada. 
  Su cara era de incertidumbre. Se suponía que escuchar su voz pondría fin a su angustia, pero el tono de ella había sido extraño, distante. Sus palabras confusas, como ajenas a las preguntas que él lanzaba con desazón. Un silencio entre frases que le había erizado la piel.
 No había completado el proceso de rellanada cuando sonó el teléfono. En la pantalla un número desconocido.

  - ¿Diga?…
 - Buenas tardes, llamo del G.R.E.I.M. de la Guardia Civil de Navacerrada. ¿Es usted José Escribano Llaneras?.
 - Sí, soy yo…
 - Lamento comunicarle señor que hemos encontrado a su mujer fallecida cerca del pico de Claveles, hará una hora. En estos momentos se encuentra en el hospital…
 - ¿Cómo dice?, ¿fallecida? - interrumpió al agente -. Si acabo de hablar con ella, justo antes de que llamara usted. Creo que hay un error.
 - Lo siento de veras señor, pero hemos comprobado sus datos y no hay duda. De todas formas lo mejor es que se acerque usted y aclaremos lo sucedido. Si no tiene forma de desplazarse le mandaremos un compañero para recogerlo…
 - Pero, le vuelvo a decir que acabo de hablar con ella - volvió a cortar a su interlocutor.
 - Según la primera información del forense lleva más de cuatro horas fallecida señor.
 - ¡No!. Pero… ¿qué ha pasado?. ¡No puede ser!.
 - Parece más que probable que se despeñara por accidente por una ladera. La caída fue muy fuerte. Es una zona de rocas… Le daré los datos del hospital y el cuartel desde el que llamo...