lunes, 9 de septiembre de 2013

A GRANDES MALES…

2
  Se desliza por el tragaluz. Aparece desde arriba, ligero como una pluma, ágil como un felino. Levanta la mirada y allí está el rostro angelical que ha venido a buscar. Lo que ocurre a partir de entonces solo es digno de mención en informes de medicina forense.
  A la mañana siguiente la madre descubre la terrible fechoría. No hay tiempo para lamentos. La imagen es tal que queda sumida súbitamente en un estado catatónico. Ahora su alma vaga sin rumbo entre tinieblas y rumores.

3
  Solo le hace falta tomar una copa. Los hechos hablan por sí solos y hay algo en su interior que produce una agraz sensación de alerta. Atrás quedaron sentimientos de culpa y otros deslices de debilidad, pero esto es distinto. Quizá se esté librando en él la infinita batalla entre lo animal y lo racional, lo inmoral y lo cotidiano que, como en un pasatiempo, limita su existencia a la audacia del jugador.
  Cuál es el próximo acto, se pregunta. Claro que hay dudas, pero lo único que sabe con certeza es que tenía sed de sangre. Y después de lo ocurrido no pudo sino satisfacer esa necesidad.

1
  Haciendo repaso del plan diseñado unas seis horas atrás en su apartamento con ayuda de un papel tintado por una de las caras, un lapicero con pocas garantías de seguir ejerciendo y una botella de bourbon; el siguiente paso se hacía esperar. Sentía el brillo del amolado acero que sujetaba en la mano diestra, como si guiárale hacia su destino agudizando sus destellos y espejismos de dolor al acercarse el trance. 
  Una brizna de sosiego irrumpe en su lapidada conciencia. La imagen de su mujer rogándole clemencia y perdón desde lo más profundo de su corazón, desde alguna realidad secante a ésta. Pero pronto su mente esquiva con desdén esa lámina y comienza a esbozar la siguiente, aquella que retrata el rostro desfigurado y cubierto de sangre de su amada, tras haber sido violentada y abusada en su matriz. Nada podrá borrar ya esa instantánea de su alma y ahora es momento de pasar a la acción. 
  Qué mejor forma de desquite que arrebatar a alguien su más preciada gema, su máxima premisa de haber hecho algo que de verdad mereciera la pena en su existencia, su fuente de lamentos y delicias, su fruto conyugal, su hija; y dejarlo arrastrar por cielos impuros por el resto de los días. 
  Nada devolvería a su razón el sustento perdido, pero quemábale por dentro el eco del delito y ansiaba ahogar en sangre el dolor sufrido.

4
  De la misma forma, sencilla y tajante, que libró el debate entre la vida y muerte de aquella infanta, ahora hizo lo propio con el verdugo, resolviendo sus dudas de lo acontecido.


  Falsa codicia

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